20/01/2015

La más deliciosa de las traiciones: La novela múltiple de Adam Thirlwell

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Autor: José

Es un truco de magia que vemos mucho en las librerías: hay un volumen que contiene miles de palabras; pues bien, el nombre que figura en la portada pertenece a una persona que no ha escrito la mayoría de ellas y, sin embargo, el nombre del que las ha escrito no figura en la portada, sino más bien agazapado en la segunda o la tercera página: son los traductores, benemérito cuerpo letrado sin los cuales no podríamos leer libros escritos en otras lenguas desconocidas para nosotros.

Desde los traductores en grupo (tipo los Setenta, o los árabes que inventaron a Aristóteles, o los de Toledo) a los individuos dotados con un oído singular (como Miguel Saénz que nos hizo leer a Bernhard, Andrés Sánchez Pascual a Nietzsche o Michael Hulse a Sebald en inglés, por nombrar a tres excelencias), la historia de esa alquimia que transforma una lengua en otra no ha dejado de fluir en la historia (y eso que nunca ha dejado de estar acompañada de una sospecha de infidelidad o inexactitud: una bella reflexión sobre como todas lenguas están habitadas desde el interior por otra u otras es por ejemplo El monolingüismo del otro de Jacques Derrida).

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Walter Benjamin o George Steiner (Después de Babel), David Bellos (Un pez en la Higuera. Una historia fabulosa de la traducción) o Umberto Eco en Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia: muchos escritores han reflexionado sobre los problemas de la traducción, sobre su imposibilidad, su omnipresencia en la inteligencia siempre enfrentada a la otredad de los códigos diversos con sus jugos gastro-gnoseológicos.
Recientemente, en las primeras páginas del estupendo "Continuación de ideas diversas" (U.Diego Portales, 2013), César Aira escribía que echaba de menos su oficio de traductor de esta manera: "Lo que más extraño son las dificultades del oficio, esas perplejidades puntuales que despertaban mi pensamiento por lo común adormecido." Y acto seguido se imagina que en una novela unas personas empobrecidas se alimentan sólo de rúcula, champiñones y salmón ahumado, y piensa en cómo traducir esos mismos alimentos al idioma de un país donde fueran alimentos de gourmetpara mantener la verosimilitud. La frase final es antológica: "Poco a poco se iría transformando en una novela mía, y no sé si podría seguir tratándose de una traducción".
Pues bien, todo esto viene a cuento de la traducción por Aleix Montoto en Anagrama de La novela múltiple del inglés Adam Thirlwell, publicado en 2007. En nuestra librería tuvimos las dos ediciones, inglesa y americana, que tenían títulos diferentes, Miss Herbert y The delighted states respectivamente. Empezamos bien. Es un libro fascinante (donde resuenan los ensayos de Kundera sobre la novela europea, también el ensayo de Pavel Representar la existencia. El pensamiento de la novela), que traza una historia global de la novela transitando entre las lenguas, con Cervantes, Flaubert, Sterne, Proust, Joyce, Kafka, Gombrowicz, Nabokov, Saul Bellow, Hrabal, y un gran largo etcétera, planteado como resolución consecutiva de ecuaciones lingüístico-estilísticas, que van llevando a otros lugares, multiplicándose bíblicamente, por así decirlo.
Retomando a Aira, todo por "descartar el recurso fácil de la nota al pie, la ‘N.d.T’, de la que todo buen traductor aborrece con justo motivo".
José, de Laie Pau Claris